El fluir del tiempo había pasado en un segundo plano en mi vida. Tras el grave accidente de Michael y su hermano, estuve largos meses visitando el hospital, contemplando al muchacho inmóvil y esperando que su batalla contra la muerte acabara en victoria para él.
En el día más inesperado para todos, Michael logró recuperar la consciencia plenamente y empezó a hablar con fluidez, afortunadamente ninguna de sus funciones cognitivas había sido dañada en el accidente. Unas semanas después y tras realizar largas sesiones con el fisioterapeuta, el muchacho consiguió volver a caminar, finalmente le dieron el alta y pudo regresar a su hogar.
- ¡Vamos Scott, lanza ya! - exclamaba el chico.
Era una tarde algo nublada e increíblemente fría, pero eso no parecía frenar el ánimo del chico.
Esta era la cuarta tarde que íbamos al parque para entrenar con el bate, el guante y la bola de Baseball. El joven estaba entusiasmado por seguir entrenando y volver al equipo, los médicos tampoco ponían ninguna objeción en ello.
- Atento, ahí va – Contesté mientras flexionaba la rodilla derecha y realizaba un suave movimiento con mi brazo derecho para lanzar la bola, el chico la golpeó mandándola bastante lejos -, buen golpe chico.
- ¡Por supuesto! - dijo con energía.
Tras recoger la bola, que había sido lanzada a varios metros, puse mi mirada en mi reloj y me sorprendí al ver que fuera tan tarde, enseñe a Michael mi reloj desde lejos mientras lo apuntaba con mi dedo índice, rápidamente el muchacho entendió que era hora de irse.
-¿ No podemos quedarnos un poco más? - dijo entre resoplidos.
- No, vayámonos ya.
Tras recoger nuestras cosas, fuimos hasta la calle en la que había aparcado la moto. Abrí el baúl trasero y le entregué el casco secundario que llevaba siempre por si tenía que dejar a alguien en su hogar, después saqué el mio y tras subirnos a la moto nos pusimos en ruta. Al llegar a nuestro destino, dejé al chico justo enfrente de su casa y me despedí de él. Volví a subirme a la moto, pero justo cuando iba a insertar la llave en el punto de contacto, noté que una mano me tocaba el hombro.
- Disculpe, es usted Scott McCoy? - dijo una voz misteriosa.
- Tal vez – contesté mientras me giraba.
Detrás de mí había un hombre alto de constitución corpulenta, vestía un traje negro de armani conjuntado con una corbata roja, ésta llevaba un extraño pin de un emblema que me recordaba a un Uróboros... Aunque tenía algo diferente.
- ¿Tendría la amabilidad de acompañarme? Hemos dispuesto de un coche que seguro será de su agrado – el hombre señaló a un coche negro que tenía justo detrás, un Mercedes Benz CLS, era un buen coche y únicamente accesible a unos pocos.
- Puede apostar a que no – Arranqué el motor y de nuevo volví a sentir el tacto de una mano sobre mi hombro, volví a girarme.
- Si quiere podemos hacerlo a las malas – dijo mientras se desabrochaba la chaqueta, pude ver el brillo de una pistola sujetada por una funda marrón -, o bien podría entrar y hacer una visita al chico.. Ya sabe, los accidentes ocurren en estos barrios tan inseguros.
Sin mediar palabra bajé de la moto y me limité a seguirlo hasta al coche, dentro de éste había otro hombre con aspecto similar al que habló conmigo por primera vez.
- Yo me ocuparé de su vehículo – dijo él al bajar del coche.
- Ni un rasguño – dije mientras entraba en el coche.
El que me había “amenazado” entró también en el Mercedes y sin mediar palabra nos pusimos en marcha. Molesto por las pocas explicaciones, el secretismo y el aire turbulento que estaba adquiriendo el ambiente, hice la pregunta que cualquiera hubiera hecho en mi misma situación.
- ¿Quién cojones es usted y qué quiere? - Pregunté sin vacilación.
- No se preocupe señor McCoy, todo a su debido tiempo...