Después de que aquel cambiado Akira se quedara finalmente dormido en el tejado, paseé nerviosamente por la habitación.
Era extraño, aunque el juego me había vuelto a tragar, no me sentía tan enfadada como cabría esperar. En realidad me sentía... pletórica. Tenía ganas de correr, de jugar, de saltar, de gritar... Me sentía verdaderamente feliz y despreocupada. Y además... 
Mi vista se dirigió hacia una bandolera que había en un rincón de la habitación. Supuse que sería de Akira.

Me dirigí hacia ella y me acuclillé, mientras la abría. "Nada de robar mientras descanso", había dicho con aquella voz tan seria. Mis dedos se detuvieron, a lo mejor se enfadaba. Dirigí mi mirada hacia la ventana, desde donde la cual se veía un hombro del chico, descansando todavía. No iba a robar, sólo quería... quería averiguar dónde me encontraba ¡eso es! Quería buscar un mapa. No iba a llevarme nada, por dios; no robaba a mis propios amigos, qué clase de persona sería.
Rebusqué un rato, con cuidado para no romper nada, pues parecía que había varias botellitas de cristal, de colores vivos. Pócimas curativas, supuse. 
No encontré nada de valor. Digo... nada que me ayudara a situarme en aquel mundo. Al lado de la bolsa había un cinturón con algunas bolsitas de cuero. Había comida en ellas, y un par de estómagos con agua. Mientras buscaba, me llevé una galleta a la boca distraídamente. Estaba muy buena, cualquiera diría que estaba comiendo pixeles. Sin embargo, me detuve. Porras. Me saqué la galleta de la boca, era de Akira, y me había dejado bien claro que  no quería que robara. Pero aquello era comida, no la estaba robando, sólo la estaba... comiendo. Gemí. Se enfadaría igual. Estaba mordida, y un poco babeada, pero decidí meterla en el mismo bolsillo donde la encontré, suplicando interiormente que no se diera cuenta.

En aquella aburrida habitación no había  nada divertido. Quiero decir, ningún mapa. Decidí salir y mezclarme con los samaritanos, a ver si alguno podía darme alguna indicación. 
La posada olía a cerveza amarga y a hombres con... escasa higiene. Había alguna que otra fulana, todas de carnes abundantes y escotes abiertos. No había mesas, sino dos bancos largos extendidos a lo largo de todo el salón, y una chimenea en la pared más alejada de la puerta. Desde la cocina se oían gritos y maldiciones, y de vez en cuando salía mucho humo negro, especialmente cuando más maldiciones se proclamaban.

Sonreí. Aquello podría ser divertido. Me senté en un banco, haciéndome sitio entre un borracho dormido en un plato de lo que parecían gachas, y un señor mayor con bigote que hablaba animadamente con otros hombres sobre la pesca del día. Aquello explicaba aquel desagradable olor a pescado. No parecía un hombre especialmente pobre, pues no dejaba de invitar a sus amigos a más y más cerveza. 
-Tendríais que haber visto el tamaño de aquel Odnián, tenía el tamaño de tres o cuatro Serúias -relataba. 
-¡No! -Exclamé, fingiendo la mayor de las sorpresas- ¡De tres o cuatro! ¿Y pudisteis sacarla del agua sin problemas? -No tenía ni pajotera idea de lo que eran los Odnián o las Serúias, pero tenía hambre y ninguna gana de gastar mi dinero en cerveza demasiado fermentada.
-Claro que sí, jovencita, no por nada estos brazos ganaron el campeonato de tiro de piedra del año pasado- Exclamó, alzando los musculosos brazos. Me recordó a un Sylvester Stallone pasado de vueltas. Sí, aún más pasado de vueltas.
-Increíble -le adulé, tocándole el brazo para asegurarme de lo duro que tenía el músculo.

Complacido, el hombre me invitó a una cerveza. Sonreí, qué fácil era todo en aquel mundo. En el mío, estaría rodeada de hipsters pidiendo cerveza de arándanos con chocolate en virutas y cereza confitada. O algo así.
Le pegué un trago. Era la cerveza más mala que había probado en mi vida, y en mi vida universitaria había probado mucha, mucha cerveza. Reprimí una expresión de asco mientras dejaba la jarra en la mesa. Sonreí al pescador y me acerqué un poco más a él, fingiendo que me interesaban sus aburridas historias sobre las mareas o los monstruos marinos. Bueno, los monstruos marinos molaban, pero no tanto como la bolsa de monedas que tintineaba en su cinturón, al alcance de cualquiera. Parecía que lo estaba pidiendo a gritos. No se podía ser tan confiado, con los tiempos que corren.

Metí la mano disimuladamente y le cogí unas cuantas. Era un hombre muy afortunado, había pescado un Orión del tamaño de una Sequía. O algo así. Seguro que eso le había dado dinero. No iba a pasar hambre porque una pobre chica le quitara un par de moneditas.

Le quité un buen puñado, y una vez a buen recaudo en mis propios bolsillos, me levanté para marcharme. Me despedí de aquella pandilla y del Capitán Pescanova alegremente, y me dirigí hacia las escaleras que me llevarían al piso de arriba. Sin embargo, cuando ya colocaba el pie en el primer escalón, aquel señor exclamó:
-¡Mis conchas de Fiperroma! ¡Las tenía aquí mismo! -Bueno. Se iba a dar cuenta tarde o temprano. 

Un segundo... ¿conchas? Miré el interior de mi bolsillo. Lo que le había quitado a aquel buen hombre no eran monedas, sino conchas nacaradas de algún animal marino, planas y del grosor de una moneda. Cuando levanté la vista, disgustada, me encontré con que todo aquel grupo me miraba.
-Sabía que había sido ella, ¡no se puede confiar en los elfos! -Exclamó uno de ellos, mientras se levantaba.
-¡No soy una...! Da igual -subí rápidamente por las escaleras, pasándolas a zancadas de tres en tres. Escuché sus gritos a mis espaldas, mientras corría hacia la habitación. Una vez dentro, cerré la puerta, abajo se escuchaba mucho ruido, y parecía que se acercaba por el pasillo. 

De un gesto rápido cogí los bártulos de Akira. Cuando me dirigía corriendo a la ventana, vi que estaba asomado por ella, mirándome con cara de no demasiada extrañeza. Qué desconfiado, ya le vale, pensé.
Casi chocamos en mi alocada carrera por salir. Le tiré encima sus bolsas y exclamé.
-¡Corre, ponte esto! ¡Nos vamos!
-Un momento, -terció él- ¿qué ha pasado?

No sabría decir si su tono fue de reprimenda o de sorpresa.
-Gente confiada, blablabla, mano en el bolsillo, quieren mi cabeza. Muy largo de explicar -mientras hablaba  me dirigí hacia el borde del tejado, midiendo la distancia con el edificio de enfrente. Demasiado salto. Para mí sería difícil, pero a alguien como Akira le resultaría imposible, con esa armadura. A nuestra espalda, a través de la ventana nos llegó el sonido de una puerta -presumiblemente, la nuestra- haciéndose añicos bajo el peso de una patada furiosa.- Será mejor que te des prisa en ponerte eso, ese tío ha ganado nosequé campeonato de levantamiento de rocas.

Corrí hacia el tejado del edificio de al lado, del que se separaba poco más de un metro. Me giré para ver si Akira me seguía. Sólo pude ver a alguien saliendo por la ventana y cayendo, afortunadamente, en un carro de estiércol que había aparcado abajo.
Se escucharon más gritos, y Akira salió por la ventana.
-Nunca eligen por las buenas -comentó, mientras señalaba con la cabeza al hombre caído. Del interior de la posada salieron más hombres, resbalando por las tejas y sosteniéndose unos a otros. Akira empuñaba su espada, pero sabía que él no lucharía con gente inocente. Le cogí de la mano y le arrastré hacia el borde de la posada, indicándole que saltara.
-De esta, te acordarás, Dríada -masculló, antes de pegar un salto. Algunas tejas se desprendieron bajo el peso de su armadura.

Le seguí ágilmente, y ambos nos dispusimos a correr de nuevo. Entramos por una ventana abierta de aquel pequeño edificio. Parecía una posada, también, aunque algo más cutre que la otra. Al irrumpir en la habitación, sorprendimos a una pareja en la cama. Igual no era exactamente una posada. Mascullando una disculpa, salimos por la puerta, y, una vez en el piso inferior, corrimos hacia lo que parecía una salida trasera. Aún podíamos escuchar algún que otro grito a nuestra espalda, que se mitigó en cuanto saltamos al interior de un carro de heno y nos ocultamos entre la paja. A una distancia prudencial, salimos y nos ocultamos en un estrechísimo callejón. 
-Al menos, admite que ha sido divertido -sonreí, entre jadeos.
-No -replicó secamente, sin dirigirme siquiera la mirada. Tras unos instantes, se asomó hacia la calle principal, para comprobar si venía alguno de nuestros perseguidores. No debía venir nadie, pues volvió tranquilamente a mi lado - Veo que los años no te han hecho perder rapidez, aunque tampoco te han hecho madurar.
-Tampoco te han hecho más divertido -repliqué, haciéndole una mueca. Akira, siempre tan seriote. Ahora comprendía por qué nunca habíamos hecho buenas migas, ni habíamos consolidado una amistad profunda. Me aproximé más a él, para quitarle una paja del pelo. Al menos, tenía el cabello bonito. 

Al principio se dejó hacer, pero de pronto se apartó, dándome un pequeño cachete en el mano, para que la apartara de él. Carraspeó. Por un momento, me pareció que se sentía... incómodo.
-Gracias a tu pequeña "diversión", ahora no encontraremos a nadie que quiera alojarnos en esta ciudad.
-No seas sosainas, si no nos alojan en esta, lo harán en otra. Ni siquiera sé dónde estamos, me da igual. Además, faltan sólo un par de horas para el amanecer, podemos dormir aquí mismo, la noche es cálida.
-Los rumores corren rápido en las ciudades; te recuerdo que tomar lo ajeno es delito -sin mediar palabra, el chico se sentó en el suelo, apoyando la espalda en la pared. -Supongo que tocará dormir aquí.
-"Tomar lo ajeno es delito" -Murmuré, imitando su voz en tono de burla, mientras me sentaba frente a él. Akira me dirigió una mirada de pocos amigos, y yo desvié la mía, avergonzada de que me hubiese oído. 

Pronto, comencé a dormitar, y hasta que, muchas horas más tarde, el sol comenzó a darme en toda la cara, no desperté.


OUT: Perdón por el tochaco, pero espero que lo disfrutéis. Nep manoslargas haciendo de las suyas, ya sabéis xD Gracias por la ayuda de Akira al final del post =3 Si no entendéis algo, ya sabéis, facebook o tag!