21 de Febrero - 10:30 a.m.
-Mundo real-

Llegué no sin muchos más contratiempos al portal de Akira. O mejor dicho, Scott McCoy, como rezaba en un minúsculo cartel de uno de los buzones. Era la típica casa neoyorkina de pocos pisos de altura y una escalinata de entrada con barandilla de metal. Los escalones estaban resbaladizos cuando los subí, y después miré el botoncito del telefonillo que había bajo el umbral del portón de la entrada. Lo observé fijamente durante algunos minutos, sin saber qué hacer. ¿Que pasaba si llamaba y no me contestaba nadie? O peor, ¿qué pasaría si sí contestaba alguien? Me sudaban tanto las manos que tuve que quitarme los guantes y guardármelos en el bolsillo del abrigo.

Alargué un dedo hacia el botón, pero justo antes de pulsarlo alguien abrió el portal desde dentro. Una agradable ancianita con un perro del tamaño de un roedor grande en una mano. Me sonrió, mientras mantenía la puerta abierta.
-¿Vas a entrar? -Preguntó.
-Eh... sí -dije, con intención de pasar. Sin embargo, la mujer no se apartó del umbral.
-¿Vives aquí? -Preguntó. Me resultó una pregunta malintencionada, visto que no apartaba la mirada de la maleta que llevaba arrastrando tras de mí.
-No, vengo de visita -respondí.

Ella me miró con la suspicacia de un búho colocado. Me impacienté, qué señora tan desagradable. Miré a mi alrededor. La verdad es que aquel no parecía un barrio de lo más seguro, aunque estaba prácticamente convencida de que estábamos lejos de Hell's Kitchen y el Bronx. Tampoco conocía muchos más barrios peligrosos de Manhattan, la verdad. De todos modos, me volví hacia la señora de nuevo y ensayé la sonrisa Starbucks, la de "toma tu café hipster del demonio. Vuelve cuando quieras".
-Vengo a visitar a Ak... a Scott. Scott McCoy, ¿sabe si está en casa?

De inmediato una sonrisa maliciosa cruzó el rostro de aquella señora, quien se removió del gusto dentro de su enorme abrigo.
-¿Por fin ha conseguido novia el bueno de Scott? 
-¿Qué? ¡No! O sea, no sé si tiene novia. Yo soy... yo...
-La verdad es que no le veo desde hace días. Es un chico tan discreto... puede que haya salido a jugar con los chicos del barrio -¿a jugar? Oh dios, ¿y si Akira tenía doce años? Era una posibilidad que nunca se me había ocurrido, pero podía ser. Me sudaron las manos de nuevo.
-Gracias -respondí, haciéndola a un lado lo más amablemente que pude para entrar dentro del cálido portal. 

Escuché que la buena señora  rezongaba a mi espalda y reprimí las ganas de darle una patada a su perro-rata. Era una finca antigua sin ascensor, así que, resollando, tuve que subir mi maleta por las escaleras unos tres pisos que se me antojaron tres mil. Sudando ahora por todo el cuerpo y completamente acalorada, llegué a la puerta del jugador. Con las manos temblorosas llamé al timbre, aunque sin esperar una respuesta, pues ¿no estaba Akira atrapado por el juego?. Efectivamente, nadie respondió. ¿Y ahora qué? ¿No vivía con nadie? ¿No tenía ningún compañero que...?
Miré a mi alrededor y saqué una radiografía de uno de los bolsillos exteriores de la maleta. Ya había previsto encontrarme con problemas así: si estaban atrapados por el juego, ¿quién iba a abrirme la puerta de su casa?
Con la esperanza fuertemente afianzada en el pecho, estuve un buen rato trasteando con la radiografía, echando rápidas miradas hacia la escalera, temerosa de que algún vecino me tomara por un ladrón y me disparara con esas enormes y mortíferas armas estadounidenses. 

Tras un cuarto de hora hallé la pestaña de la cerradura e introduje la radiografía por el sitio exacto. De un tirón la puerta se abrió emitiendo un chirrido. Me sequé el sudor de la frente y, con el corazón latiendo a mil revoluciones por minuto, entré en el piso de Scott, aquel desconocido humano con quien había intercambiado mil y una aventuras. Cerré la puerta a mi espalda, mientras me quitaba el abrigo y el gorro, dejando caer mi cabello de nuevo por mi espalda. Lo dejé todo en un perchero que había en la entrada, sobre mi maleta. 
-¿Hola? -Llamé, mientras me sacudía la nieve de las botas.

Un sonido sordo me hizo dar un grito, y me volví al punto de ver un perro color canela, de tamaño medio, mirándome desde el otro lado del pasillo. Estaba en una posición de defensa, aunque algo adormilado. No me esperaba algo así. Tensa, decidí acuclillarme y extender las manos hacia el perro, quien se acercó, aun con las orejas hacia atrás y pegadas al cráneo.
-Hola, bonito... -susurré, mientras se aproximaba lentamente, extendiendo el hocico para olisquearme.

Pareció que le caí bien, pues al poco rato ya lo tenía meneando la cola y lamiéndome la cara. En su cuello había un collar, cuya placa rezaba "Biscuit". Me reí por lo bajo. Jamás pensé que Akira tendría un perro llamado Biscuit. Muerte, o Miedo, o Asesino. Esos eran nombres que le pegaban a una mascota del guerrero, pero ¿Biscuit? Acaricié al perro un rato, mientras echaba un vistazo alrededor.

Era una casa muy pequeña, de estilo loft. Había un salón comedor abarrotado de estanterías con libros y juegos, y una televisión de tamaño considerable, frente a un par de sillones. Había una mesa pegada a una pared. Era una mesa para comer, pero estaba llena de papeles y otras cosas. Enfrente vislumbré la cocina, y al fondo una puerta cerrada que parecía dar a una habitación. Eché un par de ojeadas hasta que di con el ordenador, al fondo del salón. Estaba apagado. ¿Eso quería decir...? ¿Akira había salido del juego? Miré a mi espalda. No había cartas en el suelo frente a la puerta, ni siquiera propaganda, así que debía recoger el correo regularmente. Desconcertada, miré a mi alrededor, ¿cuándo había salido del juego? Dios, ¿y si entraba en casa, me veía ahí y me disparaba? ¿No tenían los estadounidenses armas por todas partes? ¿Debería salir y esperarle en el rellano?

Mientras pensaba, me había aproximado al ordenador. Debería encenderlo. Biscuit saltaba a mi alrededor, contento de tener a alguien que le hiciera caso. Me senté sobre la silla y le di a la torre. Miré el escritorio. Había un botecito para lápices con una banderilla americana. Resoplé por la nariz. Revisé unos cuantos papeles mientras se iniciaba el windows, y me sobresalté al ver un CD sobre la mesa. Lo cogí. Era Mystical Land. Había sacado el CD de la torre. Definitivamente, Akira había salido del juego. El Windows arrancó con su habitual musiquita, y comenzaron a salir avisos de actualización (el itunes, el avast...), hasta que algo me sobresaltó. No fue un ruido, no, fue la ausencia de él. Miré a mi alrededor ¿qué pasaba? El perro. 

El perro ya no estaba conmigo. Hasta hacía un momento había estado poniéndome pelotas baboseadas en el regazo para que se las lanzara, ¿dónde estaba ahora? Con un mal presentimiento, me levanté lentamente de la silla y avancé por la casa.
-¿Biscuit? ¿Dónde estás, bonito? 

Entré en la cocina y allí estaba, tumbado en el suelo, con los ojos cerrados. Dios, ¿había matado al perro de Akira? ¿Qué le iba a decir si me encontraba en su casa, y su perro muerto? Rápidamente me dejé caer junto a él, para zarandearle.
-¡Biscuit! -Llamé. Pese a que el corazón me latía con tanta fuerza que a penas podía oír otra cosa, percibí que el perro respiraba. Le abrí un ojo, y éste no respondió a la luz. No era veterinaria, pero sabía que el perro no estaba bien.

Decidí llevarlo rápidamente a alguna clínica hasta que vi un trozo de carne en el suelo. Había una pastilla metida en él. Supuse que la otra mitad de la chuleta estaba en el estómago del cánido. ¿Estaba ahí ese trozo de carne cuando entré en la casa? Antes de que pudiera abrir la boca para hablar, algo me tapó la cabeza desde detrás. Una funda negra.

Grité cuando noté un golpe sordo en la parte posterior de la cabeza. Sentí un dolor agudo en la coronilla y luego noté que caía como un peso muerto. Después, nada.

11:36 a.m.



Out// Akira me he inventado un poco tu casa y eso (aunque lo del perro lo pusiste en otro post, tengo pruebas), si quieres que cambie algo me lo dices y lo hago, no tengo ningún problema. Espero que os haya gustado!//